Romance de las tres cautivas
En el campo moro, entre las olivas,
allí cautivaron, tres niñas perdidas,
el pícaro moro, que las cautivo,
a la reina mora, se las entrego.
- Toma reina mora, estas tres cautivas,
para que te valgan, para que te sirvan.
-¿Como se llamaban?¿Como les decían?.
- La mayor Constanza, la menor Lucía,
y la mas chiquita, le llaman María.
Constanza amasaba, Lucía cernía,
y la mas chiquita, agua les traía.
Un día en la fuente, en la fuente fría,
con un pobre viejo, se halló la mas niña.
-¿Donde vas buen viejo, camina camina?.
- Así voy buscando, a mis tres hijitas.
-¿Como se llamaban?¿Como les decían?.
- La mayor Constanza, la menor Lucía,
y la mas pequeña, se llama María.
- ¡Usted es mi padre!
-¡Tu eres mi hija!
- Yo voy a contarlo, a mis hermanitas.
-¿No sabes Constanza, no sabes Lucía,
que he encontrado a padre, en la fuente fría?.
Constanza lloraba, lloraba Lucía,
y la mas pequeña, de gozo reía.
ROMANCE DE LA CONDESITA
Grandes guerras se publican
en la tierra y en el mar,
y al Conde Flores le nombran
por capitán general.
Lloraba la condesita,
no se puede consolar;
acaban de ser casado,
y se tienen que apartar:
-¿Cuántos días, cuántos meses,
piensas estar por allá?
-Deja los meses, condesa,
por años debes contar;
si a los tres años no vuelvo
viuda te puedes llamar.
Pasan los tres y los cuatro,
nuevas del conde no hay;
ojos de la condesita
no cesaban de llorar.
Un día estando a la mesa,
su padre le empieza a hablar:
-Cartas del conde no llegan,
nueva vida tomarás;
condes y duques te piden,
te debes, hija, casar.
-Carta en mi corazón tengo
que don Flores vivo está.
No lo quiera Dios del cielo
que yo me vuelva a casar.
Dáme licencia, mi padre,
para ir el Conde a buscar.
-La licencia tienes, hija,
mi bendición además.
Se retiró a su aposento
llora que te llorarás;
se quitó medias de seda,
de lana las fue a calzar;
dejó zapatos de raso,
los puso de cordobán;
un brial de seda verde,
que valía una ciudad,
y encima del brial puso
un hábito de sayal;
esportilla de romera
no se puede consolar;
acaban de ser casado,
y se tienen que apartar:
-¿Cuántos días, cuántos meses,
piensas estar por allá?
-Deja los meses, condesa,
por años debes contar;
si a los tres años no vuelvo
viuda te puedes llamar.
Pasan los tres y los cuatro,
nuevas del conde no hay;
ojos de la condesita
no cesaban de llorar.
Un día estando a la mesa,
su padre le empieza a hablar:
-Cartas del conde no llegan,
nueva vida tomarás;
condes y duques te piden,
te debes, hija, casar.
-Carta en mi corazón tengo
que don Flores vivo está.
No lo quiera Dios del cielo
que yo me vuelva a casar.
Dáme licencia, mi padre,
para ir el Conde a buscar.
-La licencia tienes, hija,
mi bendición además.
Se retiró a su aposento
llora que te llorarás;
se quitó medias de seda,
de lana las fue a calzar;
dejó zapatos de raso,
los puso de cordobán;
un brial de seda verde,
que valía una ciudad,
y encima del brial puso
un hábito de sayal;
esportilla de romera
sobre el hombro se echó atrás;
cogió el bordón en la mano
y se fue a peregrinar.
cogió el bordón en la mano
y se fue a peregrinar.
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